Carecemos de herramientas de predicción de comportamientos delictivos en mujeres, pues es un tema del que apenas consta literatura científica. ¿Cómo analizamos el curso evolutivo y los múltiples factores que inciden en la comisión de un delito si no disponemos de datos? ¿Acaso las mujeres no delinquen?.

Al convivir en una sociedad con otros seres humanos, es razonable pensar en una normas básicas que todo el mundo debe cumplir, pero lo que observamos a menudo es que muchos responden sólo cuando el desenlace es una sanción. Es decir, prefieren un acto punitivo a uno consensuado razonadamente.

Los programas psicoeducativos de prevención pueden evitar que incluso un delito llegue a tener lugar, pero parece instaurado en la mente colectiva que la utilidad de un psicólogo recae en «la cura» o la solución, cuando el problema ya está establecido e, incluso, cronificado. Si conocemos las causas de por qué algo sucede, sabremos qué comportamientos deben evitarse o qué herramientas podemos utilizar para prevenir.

Determinados tipos delictivos en mujeres, como puede ser la agresión sexual, tienen un componente de opacidad muy importante, algo que técnicamente se conoce como <cifra negra>. Es decir, todos aquellos delitos (y delincuentes) que no se denuncian y que, como tal, no forman parte de la estadística (policial y judicial); lo cual no quiere decir que no existan y que no se cometan. La ausencia de denuncias altera la realidad criminógena y ello va a incidir directamente en que no haya una alarma social sobre según qué tipo de transgresiones.

En la Oficina Federal de Investigaciones, encargada de analizar el crimen en los Estados Unidos, consta un aumento del 128% en los arrestos por homicidio y asesinato de menores entre 1983 y 1993, además de un aumento del 67% de los arrestos por delitos violentos entre menores. En los años 1994 y 1995, las niñas representaron una cuarta parte de todas las detenciones de menores. (Snyder, 1996).

A pesar de la creciente preocupación, se sabe relativamente poco empíricamente sobre la delincuencia femenina (Calhoun, Jurgens, & Chen, 1993). Los científicos sociales han excluido a las mujeres de sus estudios sobre delincuentes, al parecer por considerar que sus crímenes son simplemente un subconjunto o variación menor de la delincuencia entre los hombres (Figueira-McDonough, 1992; Rhodes & Fischer, 1993). Los sesgos que se producen en el estudio de la delincuencia también parecen reflejarse en las solicitudes de justicia de menores (Bergsmann, 1989).

Los modelos de delincuencia femenina que generalmente enfatizan los delitos de estatus y la sexualidad femenina, no son precisos ni tienen en cuenta toda la gama de conductas delictivas exhibidas por mujeres adolescentes contemporáneas. Recientemente, la investigación ha incorporado los determinantes psicológicos, socioecológicos y del desarrollo, encontrándose con una considerable incertidumbre acerca de cómo proceder teórica y empíricamente en este asunto. Algunos autores han argumentado que la delincuencia femenina es un fenómeno único que requiere construcciones separadas y la hipótesis de caminos causales únicos para su desarrollo.

Factores de riesgo para la delincuencia juvenil femenina

Los estudios epidemiológicos han encontrado que el trastorno de conducta es uno de los diagnósticos psiquiátricos más comunes para las niñas, además de presentar una tasa de prevalencia similar en las mujeres y los hombres en la adolescencia y considerarse como un factor de mala salud mental/psicológica a largo plazo para las mujeres (Chamberlain & Reid, 1994; Dembo, Williams, & Schmeidler, 1993; Webster-Stratton, 1996; Zoccolillo, 1993).

Según Hamalainen y Pulkkinen (1995), un pobre comportamiento prosocial y la agresión de tipo intimidación grave en las niñas de 8 años de edad, se correlacionan con la delincuencia en las mujeres adultas.

La investigación que parece apoyar ambas perspectivas ha empleado diseños longitudinales o cuasiexperimentales, muestreado grandes poblaciones e incluyendo participantes masculinos como grupo de comparación. Las diferencias entre la agresión de niños y niñas no serían tan grandes, pero lo más probable es que la cuestión de los primeros factores de predicción de la delincuencia femenina sea mucho más compleja.

Una historia previa de haber sido abusado sexualmente se ha asociado con comportamientos comparativamente más externalizantes, incluyendo la delincuencia, para los hombres, y comparativamente comportamientos más internalizadores (índice de suicidios, trastornos alimenticios) para las mujeres (Chandy, Blum, & Resnick, 1996). Sin embargo, a falta de investigaciones más concluyentes, no está claro si el abuso sexual, en particular, conduce a una mayor participación en el comportamiento delictivo, o si otros factores, como la paternidad destructiva en general, son responsables de la aparición de una relación entre abuso sexual y delincuencia.

Una suposición común ha sido que un hogar «roto» es un factor importante en la causalidad de la delincuencia juvenil (Rosenbaum, 1989; Van Vooris, Cullen, Mathers, & Garner, 1988; Wells & Rankin, 1991; Wright & Wright, 1994), la cual se ve apoyada por las estadísticas oficiales de delincuencia, que en general indicaban que los adolescentes de hogares monoparentales eran más propensos a ser arrestados (Datesman & Scarpitti, 1975; Wells & Rankin, 1991). Aun así, es probable que la estructura de la familia tenga un efecto más indirecto en la delincuencia que las variables del proceso familiar (múltiples trastornos familiares, supervisión y vigilancia deficientes de los padres, discordia marital, falta de oportunidades económicas, etc), que son propensas a tener un efecto más directo en la etiología de la delincuencia tanto en hombres como en mujeres.

La exposición a la violencia familiar y a la delincuencia de los padres o la personalidad antisocial también se han citado como factores de riesgo para el desarrollo de trastornos de conducta y delincuencia que varían según el género (Kruttschnitt, 2013). Los resultados de un reciente estudio español (Contreras et. al, 2016) mostraron que los menores que agredían a sus padres presentaban mayores niveles de exposición a la violencia en el hogar. Además, se relacionaba significativamente con la percepción social hostil de los adolescentes.

La criminalidad parental puede tener un efecto diferencial en hijas e hijos, aunque no está claro (especialmente con varones) si esto es una consecuencia de una variable de rasgo, como factores genéticos o temperamento infantil, o un proceso de interacción padre-hijo como la paternidad ineficaz (Rosenbaum, 1989; Zoccolillo, 1993).

Los estudios de los procesos interactivos de la familia han dado lugar a importantes observaciones empíricas sobre el impacto del funcionamiento de la misma en la delincuencia femenina y masculina. En general, el estilo de crianza y las prácticas de disciplina con los niños pequeños se diferencian por género (Mulhern & Passman, 1981; Starrels, 1994). En consecuencia, los padres de niñas con trastornos de conducta (especialmente las que lo manifiestan de forma precoz) pueden estar utilizando prácticas parentales con sus hijas que son diferentes de las utilizadas por los padres de hijas sin trastornos de conducta (Webster-Stratton, 1996).

Factores protectores de la delincuencia juvenil femenina

En los adolescentes, el efecto del estilo de crianza varía según la edad y el género del menor. Se ha comprobado que la influencia y el control de los padres inhiben la delincuencia. Sin embargo, los controles parentales son más eficaces para las mujeres en la adolescencia tardía, mientras que para los hombres son más eficaces a mediados de la adolescencia (Seydlitz, 1991).

El apoyo a la identidad (aceptación y respeto de los padres por los jóvenes), el conflicto con los padres y la desaprobación de los compañeros sobre estos, fueron los principales factores de prevención de la delincuencia entre las mujeres (Cernkovich & Giordano, 1987). Para los hombres, el grado de supervisión y vigilancia de los padres y la calidad de la comunicación íntima e instrumental fueron los principales factores de predicción de la delincuencia.

Además, las delincuentes femeninas parecen tener una visión más negativa de sus padres que las no delincuentes (Kroupa, 1988; Henggeler et al. 1987), encontrando en un pequeño estudio de muestra utilizando datos oficiales de delincuencia, que las mujeres delincuentes tienen más conflicto en sus relaciones con sus padres que los hombres delincuentes de situación similar.

No obstante, el género no parece estar relacionado con la fuerza del apego de los padres, ni el vínculo familiar y el apego de los padres parecen explicar las diferencias entre la delincuencia masculina y femenina (Barton & Figueria-McDonough, 1985; Canter, 1982a; Kruttschnitt, 1996)

Las dificultades académicas han sido uno de los mejores predictores del comportamiento delictivo, particularmente para los niños (Empey, 1982; Tremblay et al., 1992). Para las niñas, la asociación es menos clara, con algunos estudios que no encuentran una correlación significativa hasta la adolescencia (Stattin & Magnusson, 1989; Tremblay et al., 1992) y otros que informan sobre malos resultados escolares a la edad de 8 años como predictores de la criminalidad posterior en las mujeres (Hamalainen y Pulkkinen, 1995). En esta entrada sobre CONSECUENCIAS DEL ABSENTISMO ESCOLAR 🔍 hay más información al respecto.

El modo en que las actitudes y el éxito académicos se relacionan o contribuyen a la delincuencia femenina sigue sin estar claro, incluso con el uso de muestras comunitarias grandes (Cernkovich & Giordano, 1992; Hamalainen & Pulkkinen, 1995; Rosenbaum & Lashley, 1990) y datos longitudinales (Torstensson, 1990).

Los investigadores han observado una alta correlación entre la delincuencia femenina y un historial de haber sido abusada física y sexualmente, sin embargo, se desconoce si esto es una consecuencia del abuso o alguna otra disfunción familiar concomitante.

Parece necesario renovar los esfuerzos teóricos y empíricos antes de que el fenómeno de la delincuencia femenina pueda entenderse y prevenirse, o tratarse adecuadamente (Hoyt & Scherer, 1998). Es muy probable que un subconjunto de delincuentes femeninas manifieste delitos que son tan graves y antisociales como los delincuentes masculinos y adquieran sus problemas de comportamiento a través de procesos etiológicos similares a muchos delincuentes masculinos. Por otra parte, es igualmente probable que muchas mujeres delincuentes adquieran su conducta antisocial a través de procesos de desarrollo específicos de género, la socialización relacionada con el género y una vulnerabilidad al abuso sexual que no forman parte de la vía hacia la delincuencia masculina.

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