El concepto de Inteligencia Emocional fue desarrollado y presentado por primera vez por el psicólogo John D. Mayer (Mayer et al. 1990), quien definió a la IE como la capacidad de un individuo para monitorear sus propias emociones y las de los demás, discriminar entre los efectos positivos y negativos de las mismas y utilizar la información emocional para guiar pensamientos y acciones.

  • Una tradición en psicología ha visto como contrapuestos el pensamiento emocional y lógico (Woodworth, 1940), donde la emoción es vista como un «trastorno», una dirección equivocada que generalmente interfiere con los intentos de funcionar racionalmente en el mundo.
  • Otra tradición en competencia, sin embargo, ha considerado el pensamiento emocional como una parte y un contribuyente del pensamiento lógico y de la inteligencia en general (Leeper, 1948). Esta última tradición a veces se refiere a la «inteligencia emocional» como un tipo de procesamiento de información emocional que incluye la evaluación precisa de las emociones en uno mismo y los demás, la expresión apropiada y la regulación adaptativa de la emoción de tal manera que mejore la vida.

El estudio original de Mayer examinó las habilidades de las personas para reconocer el contenido emocional en rostros, colores y diseños abstractos, y lo relacionó con sus habilidades para empatizar con los demás con el fin de aprender más sobre el papel de las habilidades de las personas para identificar las emociones humanas básicas y comunicarse.

El reconocimiento de expresiones faciales de afecto parece ser universal (Ekman, Friesen, & Ancoli, 1980), dando por hecho que todas las personas leen bien estas señales. Sin embargo, hay evidencia sobre la dificultad de los jóvenes con problemas legales y sociales para adquirir tales habilidades de percepción emocional (McCown, Johnson, & Austin, 1986; Simonian et al. 2001), en personas dentro del espectro del autismo (Bölte & Poustka, 2003) y en relación con un daño en tractos específicos de materia blanca cuando hablamos de lesiones traumáticas (Genova et al. 2014).

El trabajo de Mayer incidía en el hecho que las personas no sólo perciben emociones de los rostros, sino también de otros estímulos visuales y citan como ejemplo la pintura, la fotografía y otras formas de expresión artística. Las obras de arte a menudo se crean para expresar sentimientos y hace más de cincuenta años pensaban que la capacidad de reconocer esos elementos emocionales quizá formaba parte de la comprensión de la comunicación emocional no verbal (Rosenhan & Messick, 1966).

La Inteligencia Emocional son rasgos de PERSONALIDAD y patrones de CONDUCTA

Relacionaron la capacidad para reconocer el contenido emocional de los estímulos visuales con una variedad de rasgos de personalidad que identificaron, a su vez, con la inteligencia emocional (o la falta de ella): empatía, alexitimia y neuroticismo.

  • Según estos y otros autores, para sentir empatía primero hay que comprender con precisión las experiencias emocionales de una persona necesitada (Mehrabian & Epstein, 1970).
  • En contraste, alexitimia es un término propuesto para individuos que tienen extrema dificultad en reconocer y describir sus propios sentimientos (Taylor, 1984). Entendieron pues, que estas personas debían tener una capacidad disminuida para reconocer la emoción en los estímulos visuales.
  • El neuroticismo (Eysenck & Eysenck, 1968) es un rasgo importante relacionado con el estado de ánimo que también puede estar en consonancia con la percepción emocional (Mayer & Salovey, 1988). Debido a que los neuróticos tienden a ser emocionalmente más lábiles, pueden reconocer mejor la emocionalidad en otros, pero también pueden distorsionar o intensificar las emociones que perciben.

En ese estudio hipotetizaron sobre que el sistema de percepción emocional humana es un sistema general que no está preprogramado para percibir el afecto sólo en patrones faciales estereotipados, sino que también puede evaluar el contenido emocional de colores y diseños. Se planteó, además, que la exactitud en un ámbito de la percepción estaría relacionada con la exactitud en otros, con lo que la habilidad perceptiva estaría relacionada con varias características de personalidad. Hoy día sabemos que esto no es así. En experimentos con niños que presentan prosopagnosia del desarrollo (Biotti & Cook, 2016), a pesar de las dificultades para reconocer la identidad facial, el reconocimiento de expresiones se mantiene intacto en algunos de ellos, e incluso aquellos a los que les costaba identificar emociones en el rostro no tenían ningún problema para detectar el afecto en la voz.

Para el que quiera saber más sobre percepción, en relación además con otras funciones cognitivas, puede leer a Goodale o a Braddick y Atkinson.

Una línea que sí podría ser interesante son los estudios que relacionan ciertas variables de personalidad con una atención humanista en enfermería, lo cual podría promover la curación de los enfermos (Molter 2003). ¿Puede, quizá, la habilidad para percibir las emociones ajenas tener relación con una mejor alianza terapéutica en el caso de los psicólogos y otras profesiones afines? ¿No aunaría eso personalidad, percepción y cognición social?.

Goleman y su libro sobre Inteligencia Emocional sin base científica

A raíz del estudio de Mayer, otro psicólogo estadounidense supo sacar partido de este tema y publicó, en 1995, un libro titulado «Inteligencia Emocional». Obra que, por cierto, sentó las bases para la creación de su empresa de consultoría ‘EIS- Consorcio de Investigación sobre Inteligencia Emocional en Organizaciones’.

Según Daniel Goleman, y tal como describe en su libro, «para comprender mejor el gran poder de las emociones sobre la mente pensante consideraremos ahora la forma en que ha evolucionado el cerebro: la región más primitiva del cerebro es propia de la Edad de los Reptiles, una época en la que el siseo de una serpiente era la señal que advertía la inminencia de un ataque. De este cerebro primitivo emergieron los centros emocionales que, millones de años más tarde, dieron lugar al neocórtex. El hecho de que el cerebro emocional sea muy anterior al racional y que éste sea una derivación de aquél, revela con claridad las auténticas relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento».

La obsoleta (y nunca aceptada a nivel científico) teoría del ‘Cerebro Triuno’ según el modelo de MacLean, acerca de una evolución cerebral sucesiva, lineal y por capas (Alonso. J en ‘El mito del cerebro reptiliano‘) es completamente antagónica al paradigma más actualizado sobre la organización funcional del cerebro, basado en redes dinámicas como sustento de los mecanismos neurofisiológicos que subyacen a los procesos cognitivos básicos (Maestú, Pereda y del Pozo, 2015).

Aunque la propuesta de Goleman no tiene mayor recorrido, analizaremos unos cuantos estudios sobre su fiabilidad y validez. Lynn Waterhouse ha sido una de las investigadoras más críticas con los defensores acérrimos de la inteligencia emocional, las inteligencias múltiples y el llamado <Efecto Mozart> que ya cité en la entrada sobre el FRAUDE DE LAS TERAPIAS AUDITIVAS 🔍, señalando que tienen un apoyo empírico inadecuado y no son consistentes con los hallazgos de la neurociencia cognitiva, por lo que no deberían aplicarse en la educación. Le llovieron las críticas entre los fanáticos y volvió a demostrar por qué estaban equivocados, punto por punto.

Ante cinco estudios que citan Cherniss, Goleman y Weissberg constantemente para intentar validar su propuesta y que explica Waterhouse en las revisiones que ha hecho, uno de ellos fue un metaanálisis de estudios de la IE que reveló que ésta no tenía validez predictiva más allá de la encontrada para la inteligencia general, pero el factor g sí predijo significativamente el desempeño más allá de lo explicado por la IE.

Otros autores como Van Rooy y Viswesvaran, hicieron un metaanálisis en 2004 donde la IE predijo sólo el 1% de la varianza en el desempeño académico y sólo el 8% de la varianza en el desempeño laboral, no el 80% como manifiesta Goleman. Del mismo modo, Bastian, Burns y Nettelbeck (2005) informaron que sólo el 6% de la varianza en habilidades para la vida podía predecirse por la IE una vez controlada la influencia de la personalidad y las habilidades cognitivas.

Si atendemos tanto a las dimensiones conocidas de personalidad como a las funciones cognitivas, ambas son las que parecen determinar gran parte del rendimiento académico y del desempeño laboral.

Tampoco se ha conseguido que los programas utilizados para aplicar estas teorías tengan un respaldo científico, como es el caso del SEL, un programa socioemocional que en teoría se usa para mejorar el desarrollo juvenil positivo y la salud mental, reducir el uso de sustancias y el comportamiento antisocial, y mejorar los resultados educativos (Kristjannson, 2006).

Y tampoco es cierto que sean técnicas validadas por sistemas cerebrales.

La Teoría de las Inteligencias Múltiples de Howard Gardner sin aval científico

Conocemos una variedad de modelos que han intentado desentrañar la complejidad aparente del constructo que llamamos Inteligencia, pero muchos de ellos están relacionados con variables de personalidad y herramientas educativas. Esto mismo le sucede al propio Gardner, quien reconoció abiertamente que si en vez de utilizar la palabra inteligencia hubiese empleado talento o habilidad, nadie habría «comprado» su teoría.

A principios del s. XX, Charles Spearman desarrolló el método de correlación y lo aplicó para examinar el rendimiento académico dentro de las distintas ramas del currículum de la época. Lo que descubrió fue que las correlaciones en el rendimiento reflejaban las características de cada disciplina, observando que no estaban igualmente correlacionadas entre ellas y dedujo, en consecuencia, que estarían influenciadas por las <habilidades mentales> necesarias para cada materia. No obstante, las correlaciones entre todas fueron siempre positivas y es por esto que concluyó que todas las pruebas cognitivas miden algo en común, a lo que llamó factor general, g, que «representa el componente de la varianza de las diferencias individuales que es común en todas las pruebas de la capacidad mental».

Fue a finales de los años 80 cuando Gardner propuso la teoría de la inteligencias múltiples, indicando que eran competencias cognitivas independientes y por eso la misma persona podía destacar en una de ellas y no en otras, pero no hay investigación científica que acredite esta teoría. Su propuesta, además, está basada en revisiones selectivas de la literatura, obviando aquellos estudios que no brindaban apoyo a su teoría e ignorando también gran parte de la literatura psicométrica sobre la inteligencia (Pfeiffer, 2012).

En esta revisión sistemática y metaanálisis actualizado de Ferrero, Vadillo y León (2021), con datos de más de 3000 estudiantes entre preescolar y secundaria en 14 países diferentes, muestran que no hay datos sólidos sobre la eficacia de la aplicación de las intervenciones basadas en esta teoría sobre el rendimiento académico.

Qué sabemos hoy sobre la Inteligencia y el cerebro

La Psicología estudia cómo aprendemos los seres humanos desde el s. XIX y, por ello, no es necesario inventarse cosas que sólo sirven para enriquecimiento del propio autor y que confunden a las familias a la hora de solicitar ayuda.

Los modelos actuales tratan de averiguar los mecanismos neurobiológicos que dan forma a las diferencias individuales en la capacidad cognitiva, bajo las perspectiva del cerebro como una red dinámica de elementos interconectados. Destacados autores como Ito, Redgrave, Cotterill, Jensen, Koziol y Budding, Eysenck, Javier Tirapu, Schmahmann, Haier, Kelly y Garavan, Miyake, Neubaner y Fink, Vandervert, Diamond, Lezak, Hoshi y Tremblay, Marcos Ríos-Lago, Ericsson, Krampe y Tesch-Romer, Winner, etc… ya explican cómo funciona la cognición para entender tanto las patologías del neurodesarrollo como lo que sería una Alta Eficiencia Cognitiva.

Pero la inteligencia no es sólo la capacidad cognitiva con la que venimos de fábrica y que podemos potenciar, también es el entorno en el que se produce ese desarrollo y la cultura en la que estamos inmersos (ésta determina qué se entiende por comportamiento inteligente y qué no), la motivación, la persistencia, la visión de futuro, la creatividad, la capacidad para resistir y gestionar el estrés, planificar en escenarios inciertos y utilizar ESTRATEGIAS METACOGNITIVAS PARA MEJORAR EL RENDIMIENTO 🔍.

Numerosos investigadores han propuesto sus teorías y modelos durante décadas, coincidiendo en una cosa: la inteligencia es la capacidad de adaptación de un individuo a su entorno, para lo cual necesita desarrollar un buen funcionamiento ejecutivo en el que inciden, entre otras variables, la conectividad, velocidad y sincronía entre las distintas regiones cerebrales. Es un tema muy extenso que no puede abordarse en unas líneas, pero una cosa es decir que la inteligencia es la integración de procesos racionales con procesos emocionales y que esto es lo que nos lleva a conductas determinadas que podemos definir como más o menos inteligentes según uno sea capaz de llevar su vida mejor o peor (dicho por Javier Tirapu), y otra es inventarse que existen distintas inteligencias, sean las de Gardner o la de Mayer y Goleman, sin un sustento científico que las avale.

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